Una segunda oportunidad

Hace unos días, leí en un espectacular una frase que ha marcado mi corazón: “Volver a empezar no es para principiantes”. ¿Cuántas personas conocemos que por distintas circunstancias de la vida se han dejado vencer, y hoy andan por el camino de la pena y el conformismo? Mi hermano tiene discapacidad intelectual, la cual no se nota a “simple vista”, pero sin duda existe, esto ha sido la prueba más grande de su vida y para todos los que conformamos su familia.

Tengo 28 años y, como hermana mayor, admito que no fui afín a él, y que formé parte de los jueces que tuvo a lo largo de su primaria, secundaria y preparatoria. Nadie me dio un instructivo de cómo tratarlo o apoyar sus particularidades, mucho menos me dijeron abiertamente que mi hermano sufriría limitaciones por parte de la sociedad al no contar con todas las habilidades que los demás van desarrollando de modo natural. Fui consciente de su discapacidad tardíamente, pero le hice saber que quiero estar a su lado y que podrá contar conmigo para toda la vida.

Muchas tardes vi a mi mamá y a mi hermano estudiar horas y horas para que pudiese lograr un 6 o 7 en sus calificaciones, y pensaba que con el mismo tiempo que él dedicaba al estudio, seguro yo obtendría un diez. Al observar que mi hermano mayor batallaba para aprender, pensaba: “él es burro porque quiere”.

Fue hasta la universidad cuando me di cuenta que Luis necesitaba apoyo, pero no podía ayudarlo, ya que vivíamos en diferentes ciudades. Durante las vacaciones me percaté que mi hermano sabía que era distinto. Lo vi desmoronarse anímica y socialmente, tanto que lo escuché llorar por las noches, y al intentar abrir la puerta de su recámara, me di cuenta de que él ya tenía cerrada la puerta de su corazón hacia el mundo exterior, y que el único recurso que había encontrado para su decepción era poner una concha impenetrable hacia su interior.

Cuando mi hermano tuvo que abandonar sus intentos de continuar en la universidad, observé sus retrocesos: olvidó leer, sumar y hacer cosas básicas. Afortunadamente, mis papás tomaron la sabia decisión de traerlo a la Ciudad de México a estudiar, pero esta vez fue con toda la conciencia e información de la discapacidad intelectual, sabiendo que no estaba incapacitado para aprender a valerse por él mismo y tener una vida feliz y sin ataduras sociales.

Gracias a que hoy está en CONFE y en el Programa Vida Independiente de Fundación Inclúyeme, se le han abierto muchas puertas, nuevos amigos y la oportunidad de fortalecerse al descubrir otras habilidades. Ahora sabe andar en metro, lee, hace sus tareas del diplomado que toma en la Universidad Anáhuac, (no imaginaba a mi hermano pisando de nuevo una universidad después de la crisis que vivió), es sociable y, lo más importante de todo, ya no le importa su condición, porque se conoce y cada vez es más fuerte y feliz. Lo amo, lo admiro y estoy muy contenta de ver una segunda oportunidad para retomar las riendas de su vida.

Y yo también tuve una segunda oportunidad, y con más conocimiento, lo puedo apoyar y veo que es capaz de hacer grandes cosas.

¿Quién define que es una persona “normal” o “especial” en esta sociedad? Si todos somos tan iguales y a la vez tan diferentes, lo único que se necesita es tener el valor de conocer nuestras debilidades, aprender de ellas y comenzar de nuevo.

Por su parte, Bibiana, la menor de 3 hermanos, describe que cuando sus padres no se encontraban en casa, su hermana era la encargada de que cada uno hiciera sus labores y mantener el orden. “Y yo me preguntaba: ¿por qué ella es la encargada?, si Luis es el mayor. En mi ignorancia supuse que no caía la responsabilidad en mi hermano por ser flojo o chiflado. Sin embargo, ahora puedo entender que mi hermano creció a un ritmo diferente.

Al ir creciendo, llegó un punto en el que aventaje a mi hermano y esto a él no le agradó por lo que iniciaron sus consecutivos zapes y peleas contra nosotras, porque también comenzó a darse cuenta de sus diferencias. Si en algún momento sentí resentimiento, ahora puedo entender que sus enojos eran una reacción ante una frustración en la que se veía constantemente expuesto.

Conforme iba creciendo, comprendía la magnitud de la compleja situación de mi hermano, pero, aunque me dé pena y tristeza admitirlo, me doy cuenta que entre más entendía las circunstancias, más me alejaba de él.

Mi hermano nunca mostró su lado débil ante nosotras, durante años guardó sus sentimientos lo que empeoró su temperamento y entorpeció la armonía familiar. Recientemente entendí que sus reacciones eran proporcionales al nivel de frustración que sentía. Desde que empezó a externar sus ideas es capaz de mediar sus emociones y mejoró la relación familiar.

Ahora la convivencia con mi hermano es de respeto, lo escucho, lo entiendo y lo aconsejo. Estoy pendiente cuando me busca, pero mantengo mi distancia porque yo no soy otra madre, él ya tiene mucha gente que le puede decir qué debe y qué no debe hacer. Soy espectadora y una fan de su esfuerzo y del empeño de mis padres. Nunca me imaginé que mi hermano pudiera causarme ternura al expresar sus pensamientos y sentimientos. Este lado de él, que llevo poco de conocer, fue el que me abrió los ojos.

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