Todas las personas, durante nuestro desarrollo, construimos nuestra identidad a partir de las circunstancias de nuestro contexto social. De esta forma, las primeras figuras con las que nos empezamos a vincular e identificar son nuestra familia. Ahora bien, en este proceso de identificación, hay muchas barreras que nos imposibilitan tener una identidad sólida que sirva de base para tener en claro cuáles son los objetivos, metas y deseos que queremos llegar a cumplir en la vida adulta. Tal es el caso de los estigmas que giran en torno a la discapacidad intelectual.
Cuando un nuevo integrante con dichas características llega a la familia, es común que se generen un sin fin de dudas, miedos e inseguridades, que en muchos casos están vinculados a la falta de información, prejuicios generados por la opinión popular o diagnósticos poco confiables.
Dichos estigmas, generan una marca identitaria virtual (Goffman, Erving. 2006) que no es más que una marca invisible que posiciona a las personas con discapacidad intelectual como personas poco funcionales e incapaces de realizar actividades cotidianas de manera autónoma y responsable. De esta forma, comúnmente, se les llega a excluir de oportunidades sociales y laborales.
En muchos casos, los estigmas llegan a presentarse incluso en la convivencia familiar generalmente, demostrados como comportamientos y actitudes estigmáticas (infantilización, sobreprotección), las cuales no aportan herramientas para lograr un desarrollo autónomo como personas adultas y responsables de sí mismas. Algunos ejemplos de dichos comportamientos y actitudes estigmáticas pueden ser:
- No permitir que las personas con discapacidad intelectual realicen sus actividades de manera autónoma.
- Sobrevalorar en desmedida los logros que lleguen a tener (Más aún, cuando son actividades cotidianas de las cuales son responsables como personas adultas).
- Disimular y no corregir las equivocaciones que puedan llegar a tener.
- Pensar que no lograrán entender la información que se les proporciona.
Es bien sabido que dichos comportamientos por parte de la familia y la sociedad no son realizados con la intención de perjudicar el desarrollo autónomo de las personas con discapacidad intelectual, sin embargo, es de suma importancia erradicarlos, ya que pueden llegar a afectar de manera significativa los procesos de identidad de la persona con discapacidad intelectual, las cuales pueden incluso llegar a identificarse como personas incapaces de tener un buen desenvolvimiento social y laboral.
Por este motivo, es recomendable que se les permita realizar sus actividades con nuestra guía, pero, siempre, de manera autónoma, así como incitar el diálogo reflexivo en el que se le permita a la persona con discapacidad intelectual formularse preguntas sobre su identidad: ¿Quién soy yo? ¿Cómo soy? ¿Cómo me siento? ¿Qué me gusta hacer? ¿Cómo me gusta que me traten? ¿En qué soy bueno? ¿Cuáles son mis objetivos y metas?
De esta forma, con un constante autoconocimiento, lograrán planificar su vida adulta y ejercer de forma real y responsable su autonomía, así como un mejor desenvolvimiento social y laboral con un sistema de apoyos acorde a sus necesidades.
Bibliografía:
Goffman, Erving. (2006). Estigma: la identidad deteriorada. 1° Ed. 10° reimp