Al decir familia, pensamos en el núcleo de la sociedad donde un individuo nace y se forma para después crear su propio núcleo, pero hay muchos tipos de familias y muchos núcleos diferentes que se convierten en familia.
Hay familias formadas por papá, mamá, hijo o hijos; otras sólo cuentan con un padre, ya sea mamá o papá, por diferentes circunstancias; otras, un tío o abuelo se hace cargo de los pequeños a causa de algún contratiempo.
Hay otro grupo de personas que se adhieren como una familia valiosa al núcleo principal y son los amigos-tíos del corazón; en lo personal mi familia se extiende a varios queridos amigos de mi trabajo, otros más de mis hermanos en la fe, de mi congregación, con quienes oro, lloro y me gozo. Están también los grupos afines a nuestras necesidades como lo son Fundación Inclúyeme y CONFE.
La familia inicia cuando una pareja se une y después llega un bebé, esto es un motivo de gozo, esperanza y sueños. Ambos padres imaginan cómo será y a quién se parecerá en carácter y físicamente.
Por más ultrasonidos modernos que haya ahora, nunca será lo mismo a tenerlo en los brazos y mirarlo a voluntad.
Pero, ¿qué pasa cuando esa familia recibe la noticia de que ese esperado bebé tiene un problema de salud que le impedirá crecer como la mayoría? Los padres entran en angustia y ante la problemática se unen más para unir fuerzas o, como en mi caso, se separan porque no pueden enfrentarlo, y uno se siente terriblemente solo, desconcertado y sin saber hacia dónde ir o dónde pedir ayuda.
Regresa uno al núcleo de donde salió y trata de cobijarse por un rato pero, a final de cuentas, la problemática es de uno, y es uno quien decide qué se hace y qué no.
En una reunión de padres con “hijos especiales” escuché decir que éramos afortunados, que tener un “hijo especial” era un privilegio. En mi mente, me pareció muy mal comentario, yo no lo consideraba un privilegio, era una carga; adoro a mi hijo, pero muchas veces me he sentado frente a él sin saber cómo hablarle, cómo tratarlo o cómo hacerlo reaccionar, cómo guiarlo y cómo enseñarle a defenderse.
La angustia ante el futuro me quitaba el sueño, pues solamente somos él y yo. Cuando yo faltara, ¿quién lo protegería? ¿A quién le importaría tanto como para cuidar de él?
Con el tiempo aprendí que las crisis, los problemas y los contratiempos, sacan lo mejor o lo peor de las personas. Ahora, después de 40 años de vida de mi hijo, veo hacia atrás y puedo entender eso de “tener un privilegio”; privilegio de tener junto a mí a un ser tan dulce y bueno como mi hijo, alguien tan valioso que ante cada reto es más fuerte que muchos; cuando no podía caminar se esforzaba, cuando no podía leer o escribir lo seguía intentando, cuando anhelaba andar en bicicleta nos tomó mucho tiempo, pero lo logró, lo mismo nadar y la patineta… sólo no pudo ser piloto aviador, como quería. Tuve que explicarle que hay cosas que le cuestan mucho trabajo y que no todo lo que anhelamos lo podemos lograr.
Tuve una hija que ya no está con nosotros, y Bruno y yo cuidamos de sus hijos. Sí, somos una familia peculiar: mamá, hijo y mis dos nietos.
Y ahora veo el futuro con más tranquilidad, no porque espere que mis nietos cuiden de Bruno al 100, sino porque gracias a instituciones como CONFE, que lo ha capacitado para trabajar y vigilar su fuente de trabajo, y Fundación Inclúyeme, que lo encamina para tener una vida independiente, hacen que el acompañar a mi hijo sea más ligero y menos angustiante hacia el momento de mi partida, dejo a mis nietos dos brazos formados por gente capacitada a la que sí le importa las personas como Bruno y que son una extensión de familia del corazón que verán por mi hijo cuando yo ya no esté.
Mi preocupación, por ahora, es dejar armado el mecanismo de sustentabilidad económica, de estos mecanismos de apoyo para que quien acompañe a Bruno no tenga que preocuparse por lo económico.
Así pues, las familias se van armando a lo largo del tiempo por personas de la misma sangre, de los mismos afectos, de los mismos talentos o profesión, o de los mismos proyectos de vida.