La vida cotidiana en nuestro país es diversa y cambiante, el proceso de integración a la vida social, escolar, recreativa, laboral y profesional de cualquier persona es el resultado de un amplio esfuerzo individual y colectivo que depende de redes de apoyo que permitan una vida independiente. Sin embargo estas dificultades representan grandes barreras para las personas que viven con discapacidad intelectual, una condición social de vida que aún en nuestro país representa un gran reto para la inclusión y mejoramiento de la calidad de vida y que atienda las necesidades de las personas con discapacidad intelectual.
Ser facilitador no es sinónimo de cuidador.
Si bien es cierto que existen barreras para las PcD, nuestra labor como profesionales significa alejarnos de los paradigmas paternalistas y establecer vínculos de apoyo social y emocional para romper con estereotipos y metodologías que antes no permitían el acceso a una calidad de vida.
Mi paso como facilitador en Fundación Inclúyeme ha consolidado un compromiso de acción social con PcD, generando y/o potenciando herramientas que les permita acceder al derecho universal de vivir de manera autónoma e independiente.
Cuando ingrese a la fundación y conocí al grupo de PcD con las que iba a convivir mi primer tarea fue identificar la diversidad de contextos, personalidades, historias de vida, habilidades y problemáticas con las que iba a caminar, supuse que lidiar con toda esa complejidad iba significar un fracaso rotundo en las intervenciones del día a día, por esta razón fue necesario establecer un proceso constante de comunicación y confianza que me permitiera identificar necesidades que puedan mejorar el crecimiento individual.
Dador de ojos y oídos.
Un trabajo arduo en el ejercicio profesional como facilitador representa la necesidad de mantener una autocrítica constante que pueda fortalecer ojos y oídos para mirar y escuchar a quienes por razones sociales y culturales se les ha negado el derecho de ser vistos y escuchados. Por tal razón las intervenciones estáticas y paternalistas se verán rebasadas por los contextos de realidad.
En el proceso de formación para la autodirección y autonomía que requieren las PcD ha sido necesaria mucha paciencia, empatía, establecimiento de vínculos de comunicación y de buenos consejos, no de indicaciones y reglas ajenas que no permitan la toma de decisiones y logren visibilizar las consecuencias de sus actos.
El reto más grande como profesional ha sido el fortalecimiento de habilidades que permita a las PcD identificar su realidad, apropiarse de su persona y hacerse cargo de sus decisiones, este proceso les ha dado la pauta para mirar hacia el futuro y generar metas hacia el mejoramiento de su calidad de vida.
El acceso a la vida independiente para las PcD es un derecho y un reto para nuestra sociedad. Lograr más espacios de inclusión es una meta, la tarea a seguir es de integración no de aislamiento, y debe ocurrir en todos los ámbitos existentes en nuestro país.